lunes, 10 de junio de 2019

Los profesionales sociales somos el recurso más valioso del sistema de atención a las personas y nos tenemos que cuidar para poder cuidar.

  • Carmina Puig Cruells*
Coincidiendo con la finalización del primer año de formación en supervisión por parte del Col·legi Oficial de Treball Social de Catalunya (TSCAT), la directora del proyecto reivindica la necesidad de construir una “cultura del cuidado” basada en tres ejes: el derecho a cuidar al otro, el derecho a cuidarse a uno mismo y la responsabilidad de las organizaciones de cuidar las personas y los profesionales. Usted se dedica a la supervisión de equipos de profesionales sociales. 

¿En qué consiste esta tarea? 
La supervisión es una forma de atención y cuidado de los profesionales. Al mismo tiempo un espacio de reflexión y de análisis de la propia práctica, un metatrabajo sobre las tareas que se llevan a cabo. Es un espacio de revisión y apoyo que permite mejorar las metodologías de trabajo y las intervenciones profesionales. Incluye elementos de aprendizaje, de apoyo y de formación, pero en ningún caso tiene funciones de control. Se puede hacer de manera individual o en grupo, normalmente en sesiones de dos horas mensuales, y el elemento fundamental es escuchar y permitir que fluya la subjetividad.

¿Cree que es importante que ellos se cuiden y que la sociedad los cuide para que ejerzan su tarea de manera satisfactoria? Las instituciones se han dotado de procedimientos que estandarizan y sistematizan, pero el profesional no debe perder de vista el sentido de aquello que hace. Si lo que hacemos no tiene sentido, mejor no hacerlo. Tenemos que recuperar también el trabajo cooperativo y coordinado, construyendo inteligencia colectiva.

¿Qué formación reciben los profesionales sociales que ejercen de cuidadores? Hace falta hacer una distinción entre el cuidado y el sentido de ‘sanar’, más vinculado al ámbito de la salud, y el concepto de ‘tener cuidado’, centrado en la preocupación, el trato y la atención psicosocial. Ambas vertientes las ejercen profesiones sociales, pero las formaciones son muy diversas. Lo importante en cualquier caso es que, ya en la etapa formativa, se reflexione sobre la práctica y se disponga de espacios de autoconocimiento y autocuidado personal. Los profesionales somos el recurso más valioso del sistema de atención a las personas y nos tenemos que cuidar para poder ejercer nuestra función de la mejor manera posible.

¿La tarea del cuidador está suficientemente reconocida? ¿Y la del cuidador no profesional? El cuidador no remunerado está asociado al amor y al deber moral y, en general, es una figura poco reconocida. El cuidador profesional, asociado a la vocación y a la idea de ayudar como vía para la realización personal, ha adquirido protagonismo con el apoyo del desarrollo del Estado del Bienestar porqué las tareas de cuidado se han ido delegando en las instituciones y los profesionales, pero estamos todavía en una etapa de transición en que conviven distintas formas de cuidado, y los últimos años de crisis han supuesto un cierto retroceso en esta evolución. Existen diversos estudios que demuestran que la salud de los cuidadores merma como consecuencia de la responsabilidad.

¿En qué se nota? El desgaste psicosocial que suponen los trabajos de cuidado requieren herramientas y mecanismos de apoyo que alivien a los cuidadores y actualmente estos recursos son insuficientes. Los profesionales observamos fenómenos como el malestar, el cansancio o el desgaste, pero estos efectos no necesariamente se traducen en bajas laborales, sino que se diluyen a través de la queja interna, y oficialmente no se atribuyen las causas reales. Con el predominio de los conceptos clínicos o de naturaleza más biológica, que sí que se pueden tipificar como motivo de baja (estrés, depresión, etc.), no hay datos que reflejen la situación real. Sería necesario un estudio sistemático y riguroso para dimensionar el abaste del problema y abordarlos a fondo.

¿Hay suficiente consciencia entre los profesionales de las consecuencias o los riesgos asociados a su práctica? No, y este es el primer paso para prevenirlos. Los profesionales tienen que tomar consciencia de los efectos que produce estar trabajando con situaciones de riesgo psicosocial para estar atentos y ser proactivos en lugar de instalarse en el malestar. Si no, este malestar lo trasladamos al interior de los equipos y, en última instancia, también a las personas que atendemos. A menudo se nos exige que tomemos distancia y separemos la vida del trabajo, pero esta consigna es contraproducente porque niega la realidad e impide prevenir el riesgo. Lo que hace falta es ser conscientes del momento en que estamos en la vida y en el trabajo, y poner en valor nuestra propia subjetividad. Los profesionales somos sujetos: sufrimos, sentimos, tenemos esperanzas, ilusiones… y es desde este sujeto que empatizamos y podemos atender al otro. En el campo social no hay fórmulas, la clave es el factor humano. La conciencia del riesgo y de los límites es lo que permite escuchar y aproximarse al otro, por esto hace falta pensar y generar recursos protectores.

 ¿Cómo podemos corregir el desgaste psicológico? ¿Los cuidadores reciben algún tipo de apoyo en este sentido? Seguramente no lo podemos evitar del todo, pero podemos mantener prácticas de cuidado como la supervisión y también de autocuidado que nos conducen a respetar más nuestras necesidades y a estar más atentos a lo que nos pasa desde un punto de vista físico, psicológico y emocional. Estamos rodeados de transformaciones tan rápidas y aceleradas que no las podemos asumir; se nos exige rapidez y no somos capaces de procesar internamente lo que pasa. La respuesta a menudo es actuar (dar, tramitar…), a pesar de que sabemos que esto no es cuidar a las personas. Hace falta recuperar la espera –que no la pasividad- sostenida y reflexiva para estar más serenos, evitar la precipitación. Tenemos que neutralizar la urgencia, no ceder a la presión de la alerta.

¿Cómo se aborda la relación entre los profesionales y los familiares de la persona atendida? ¿Suele ser conflictiva, de confianza? La relación debe ser de confianza y de mucho respeto, centrada en la atención y el buen trato más que en la gestión de la enfermedad o la problemática. Tener cuidado es un trabajo: implica esfuerzo, conocimiento, saber hacer… un conjunto de prácticas cotidianas y habilidades que no siguen reglas fijas, que tienen que partir de la confianza, tanto en las personas que atendemos como en uno mismo como profesional. La desconfianza es un tóxico que nos hace débiles y nos deteriora mucho.

 ¿Actualmente hay algún programa de apoyo a los profesionales? ¿Qué ejes tiene o debería tener? Hay programas de formación técnica y continuada que son indispensables, pero no suficientes. Carece de una mirada más molecular, más atenta a las transformaciones mínimas que suceden en los procesos subjetivos. El foco tiene que ser la vida humana aceptando las múltiples opciones personales, respetando la diversidad. Un eje importante tendría que ser el retorno a la palabra, a las conversaciones, a los diálogos… pero desde el “nosotros”, no desde la agenda de los demás. Últimamente se han recortado mucho las ayudas a la dependencia y los recursos destinados a los servicios sociales.

 ¿Se ha notado? ¿Cómo se intenta hacer frente? El deterioro del Estado del Bienestar ha engullido la inteligencia colectiva, que hoy se encuentra diseminada y desorientada, sin caminos para repensar las cosas. Hay una sensación de derrota muy grande entre los profesionales, tanto en términos políticos como de pensamiento, pero debemos evitar el desanimo y la resignación, preguntarnos qué podemos mejorar en nuestro trabajo y evolucionar en las competencias individuales y colectivas: en el ser (interno) y en el hacer (externo).

* Carmina Puig Cruells, trabajadora social, psicóloga y doctora en antropología social. Directora del programa de formación en supervisión del Col·legi Oficial de Treball Social de Catalunya